El lenguaje visual ha creado dos universos —el del arte y el del diseño— que a menudo confluyen y se entrelazan, pero que en otras ocasiones se distancian y se ignoran. El mundo del arte es el del estilo personal, la crítica, la fantasía, la belleza… El del diseño, en cambio, es el del profesional, la industria, la creatividad, la funcionalidad… Son mundos paralelos que Bruno Munari disecciona magistralmente en estas páginas, permitiéndonos intuir la naturaleza profunda de dos de las actividades humanas más estrechamente vinculadas a nuestra facultad creativa. Un iluminador ensayo que sacudirá la mente de cualquier persona vinculada al ámbito de la creatividad.
Índice
Artista
Prefacio
Funciones históricas del arte
El arte como hobby
El arte oficial
Mesa redonda
El arte y la élite
Arte puro, arte aplicado
Cultura, tradición, vanguardia
Los secretos del oficio
El estilo personal
Divismo
Puro arte comercial
¿Qué quiere el público?
Cuadros falsos
La crítica de arte
Crítica literaria
Crítica lírica
Crítica hermética, interrogativa, supererudita, falsa
Fantasía
Antoni Gaudí
Primero locos y luego maestros
La línea de las mutaciones
Sueños de gloria
La belleza
Diseñador
Búsqueda estética
El diseñador y la sociedad
Comunicación visual
El diseñador y la industria
Investigación
Ausencia de estilo
Divismo
Múltiplos auténticos
Instrucciones de uso
Creatividad
Estilistas
Motocicleta vertebrada
Sueños de gloria
El individuo y la especie
La estética triunfa sobre la miseria
El material correcto para cada objeto y función
Prefacio
Jamás se habían producido tantos cambios en el mundo del arte como en esta época: los artistas, o los operadores visuales, como se los denomina hoy, no dejan de modificar las técnicas y los materiales que emplean, se cuestionan los medios tradicionales del arte visual, experimentan con nuevos materiales y medios para conocer sus posibilidades de uso y, mientras un sinfín de artistas sigue trabajando con los medios tradicionales, otros buscan nuevas vías de conocimiento y comunicación. Existe una escisión entre los artistas que siguen aplicando las viejas técnicas y los que investigan sobre las nuevas. Nace un nuevo tipo de operador que trabaja en grupo, en contacto con los materiales y las técnicas del mundo industrial. Nacen los primeros objetos con función estética producidos en serie, a bajo precio, para acrecentar la difusión del conocimiento estético. En el lado opuesto, se acentúa la producción de pie- zas únicas a unos precios elevadísimos, sostenidos por un mercado forzado. Existen varios “estilos” (como se decía antaño) simultáneos. Muchos se preguntan: ¿por qué nuestra época carece de estilo propio? El arte, que en el pasado era privilegio de pocos seres humanos, ¿se está convirtiendo en una forma de expresión al alcance de todos? ¿Se está reduciendo positivamente la distancia que separa al artista del ser humano normal?
Estamos viviendo un período muy intenso favorecido por la rapidez de las comunicaciones: todos pueden conocer lo que está sucediendo en el otro extremo del mundo, en cualquier campo de la actividad humana.
Para muchos, esto supone un gran caos. ¿Por qué gran caos? Porque no saben dónde fijar su atención ni distinguen ya entre los valores auténticos y los falsos, sea cual sea el ámbito. Sienten que los viejos valores se han derrumbado y no logran reconocer los nuevos.
“¿Es una moda? ¿Es un cambio de gusto? Según los profetas del nuevo estilo, es mucho más. Este fenómeno conlleva una profunda transformación de nuestros hábitos”. Esto escribe la prensa francesa autorizada, que últimamente se ha percatado de la existencia del diseño, pero que no sabe cómo afrontarlo ni observarlo y, por exceso de cultura, ni siquiera cómo pronunciar la palabra. Intenta sugerir al lector la manera de pronunciar esta horrible palabra extranjera y propone: désigne, désinnegue, désaiguene, disainneguene, ni más ni menos.
Firmas autorizadas de la cultura francesa hablan de un nuevo estilo, de una nueva belleza, aseguran haber visto sillones con líneas “futuristas”, escriben sobre el “estallido del diseño” y lamentan que Italia vaya por delante de ellas.
¿Cómo es posible que en París, que en tiempos no muy lejanos fue la cuna de las vanguardias y el mayor mercado mundial del arte, cueste comprender esta nueva actividad creativa y que su producción desoriente a la gente? Quizá porque en París se sigue pensando en términos de arte puro y arte aplicado, aún se piensa en el estilo y en un mundo “artístico” ajeno al styling; es decir, la proyección lógica con floritura estética y formas líricamente inspiradas.
Desde este punto de vista es fácil pasar a la propuesta de “diseño artístico” que han hecho los artistas, algo que pretende ser contrario al diseño, proyectos de objetos de uso elaborados con mucha fantasía y ninguna técnica.
Es probable que el equívoco nazca de que en la primera escuela de diseño, la famosa Bauhaus fundada por Walter Gropius en Alemania, la mayoría de los profesores eran arquitectos y artistas, pintores o escultores; en cualquier caso, de ellos nació un nuevo tipo de operador estético: el diseñador.
Si, en cambio, pretendemos ayudar al prójimo a encontrar un método objetivo para comprender la situación, creo que será conveniente tratar de analizar sus elementos más relevantes, ver en qué nudos se deshacen los viejos esquemas y en cuáles se forman los nuevos. Por qué caen ciertos principios que hasta ayer todos consideraban absolutos y qué razones hacen surgir nuevos puntos de vista, generan situaciones antes inexistentes. Estas situaciones nuevas resultan inexplicables cuando se miden con las ideas preconcebidas de los antiguos métodos; cuan- do se entiende su lógica estructural resultan, en cambio, más comprensibles.
Este libro pretende analizar los dos aspectos principales de la actividad cultural de nuestra época: el arte puro y el diseño. Para que este análisis sea más evidente, examinamos los dos polos de la cuestión teniendo en cuenta que los demás solo constituyen una diferencia porcentual, mayor o menor, de los dos componentes. De hecho, en un extremo del problema se encuentra el artista puro de tipo romántico y en el otro el diseñador objetivo, racional, exageradamente lógico, que pretende justificar todo lo que hace con razones que, a veces, resultan forzadas.
El artista romántico (que antes se emborrachaba y ahora se droga) ha existido siempre. El diseñador objetivo tiene como meta la estética considerada como técnica pura.
Que quede claro que esta investigación no pretende exaltar ni demoler ninguno de estos dos aspectos, sino solo examinar si es posible establecer puntos de lectura y de identificación de los dos aspectos, de forma que cualquiera pueda llegar a un juicio personal de la situación. Es evidente que los artistas que deseen trabajar como diseñadores tendrán que emplear el método del diseño, ya que, de otra forma, su obra resultará falsa (aunque la gente no se dará cuenta); por otra parte, confío en que este análisis pueda ayudar a muchos diseñadores improvisados a abandonar situaciones artísticas subjetivas en favor de una mejor proyección destinada a una producción que sea socialmente más justa. Además, me gustaría dejar muy claro que personalmente considero válidas las dos posiciones, tanto la del artista como la del diseñador, siempre y cuando el primero sea un operador que viva en nuestra época y no un mero repetidor de fórmulas pasadas, incluso si el pasado es reciente, y el segundo sea un auténtico diseñador y no un artista que hace arte aplicado. Con este análisis no aspiro a fijar posiciones competitivas y, por otra parte, no nos corresponde a nosotros, los contemporáneos, emitir juicios de prioridad de valores.
En el pasado no existía esta distinción: Giotto pintaba y construía edificios, Leonardo da Vinci pintaba e inventaba máquinas. Las actividades de pintor, arquitecto, inventor y poeta eran actividades diferentes, unidas por un único método de proyección. Una máquina de Leonardo da Vinci no corresponde al “estilo” de La Gioconda. Con todo, estas operaciones tienen algo en común: un método subjetivo, un proyecto sincero, una honradez profesional, un verdadero oficio.
Pero al lado del arte antiguo existía también un artesanado basado en reglas prácticas derivadas de la experiencia profesional. ¿Cuál es el equivalente actual de estas reglas? Si antaño se construía un edificio respetando las reglas sobre la elaboración de la piedra, ¿qué es posible hacer hoy en día con las técnicas industriales de la prefabricación? Es evidente que no se puede aplicar la regla antigua a un edificio actual. Lo que necesitamos es conocer la constante constructiva; es decir, la regla que sigue siendo válida y que nos permite trabajar con los mate- riales actuales.
¿Qué ha modificado el artista en su actividad para convertirse en diseñador? ¿Qué sigue siendo artístico en el diseño? ¿Cuáles son las maneras de operar de ambos? En la actualidad, este problema no solo interesa a los amantes del diseño y del arte: por encima de todo, creo que una investigación de este tipo ayuda a clarificar los métodos de enseñanza de las escuelas de arte que, poco a poco, se están transformando en escuelas de diseño.
Así pues, la gente se pregunta: ¿qué es el arte? Además, cuando se enfrenta a obras que desconoce, quiere saber por encima de todo: ¿es o no es arte? La gente no quiere que la engañen, y lleva razón.
Cuando alguien señala la luna, los estúpidos miran el dedo.
Antiguo proverbio tibetano
A tal efecto, podríamos organizar una mesa redonda imaginaria para debatir sobre la definición de arte y los problemas que esta conlleva e invitar a la discusión a las mayores autoridades que se han ocupado de la materia, incluso en tiempos remotos, para ver si es posible llegar a una conclusión, aunque sea provisional.
Cuando se discute sobre algo es conveniente aclarar bien la cuestión objeto de debate. En nuestro caso, intentamos comprender si es posible dar con una definición del arte, ya que este presenta muchos aspectos y ha tenido numerosas funciones a lo largo de la historia.
El arte tuvo funciones mágicas durante la Prehistoria, la época en que nació el lenguaje visual (una imagen vale más que mil palabras, reza un antiguo proverbio chino); por aquel entonces, la imagen se utilizaba para comunicar visualmente la forma de la “cosa” que había que capturar. La “cosa” en cuestión era útil para la supervivencia de la comunidad, se podía comer y su piel se podía utilizar para taparse. Las funciones mágicas y representativas que tenía en el antiguo Egipto siguen perviviendo en las sociedades primitivas de algunas partes del mundo. La función que hoy en día consideramos estética se manifestó en el mundo griego, mientras que en Roma el arte tuvo una función más práctica y celebrativa. En la Edad Media tuvo funciones didácticas y explicativas; en el Renacimiento, estéticas y cognoscitivas. En el Barroco, las funciones fueron estéticas, devocionales y persuasivas. La función estética se convirtió en una constante con variantes expresivas en el Romanticismo. También la función cognoscitiva, que ya estaba presente en el arte griego, se convirtió en una constante, y en la actualidad el arte tiene funciones educativas, políticas, sociales y mercantiles. Se acentúa la función experimental, favorecida por nuevos instrumentos, que tiende a transformarse en paralelo con la ciencia, pero con medios diferentes, como un instrumento de conocimiento y de estimulación de la creatividad individual.
Los intereses de los autores dan lugar a diferentes tipos de arte. Ciertos artistas se ocupan de la investigación estética, otros experimentan con los instrumentos de su época tratando de averiguar la manera de transmitir un pensamiento actual de la forma más completa, clara y amplia posible. Un arte de este tipo se preocupa por el prójimo y cree que le suministra los instrumentos y las ocasiones que lo ayudan a comprender el mundo donde vive y a comunicarse mejor con sus semejantes. Es un tipo de arte orientado al conocimiento del lenguaje y a sus posibilidades de comunicación, con las que será luego posible comunicar también mensajes pretendidamente ambiguos o polivalentes.
Algunos hacen arte comercial, un arte que normalmente se hace pasar por “arte puro”, y trabajan para el mercado de las obras de arte, producen piezas únicas hechas a mano en una fórmula reconocible que determina sus características visuales. Estas obras se realizan con materiales tradicionales, porque, en caso contrario, no se reconocen como arte, de forma que se trata de óleos sobre tela, bronce o metales preciosos, se toleran los colores acrílicos sobre tela. En ningún caso son obras hechas con materiales insignificantes. En el mercado de las obras de arte, un “óleo sobre tela” cualquiera vale siempre más que una “técnica mixta sobre papel” y una escultura de bronce o similar vale más que una realizada con yeso o piedra. La diferencia entre las obras comerciales que se ven alineadas en la acera y que a menudo representan vistas de montañas o golfillos napolitanos y las obras que se venden en ciertos comercios de arte solo es la pretensión cultural (en cualquier caso, nunca demasiado moderna) de las segundas. Este tipo de arte comercial se sostiene gracias a la gran incompetencia de buena parte de los coleccionistas, que creen estar especulando cuando lo compran.
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Copyright de la edición: Editorial Gustavo Gili SL