Molla Mills vuelve a sorprendernos con una nueva colección de diseños irresistibles. Tras los éxitos de Crochet moderno, Crochetterie y Crochet In & Out, llega Crochet Crush con nuevos proyectos llenos de vitalidad y color.
Desde alfombras, bolsos y cojines hasta cajitas y cestos, las propuestas de la diseñadora y tejedora finlandesa, inspiradas en sus viajes por todo el mundo, son una invitación a lanzarse al crochet y disfrutar de la calma del proceso.
- 23 proyectos al más puro estilo Molla Mills que harán las delicias de los amantes de la moda y la decoración.
- Instrucciones paso a paso y patrones gráficos para entender y realizar con facilidad cada proyecto, e incluso ir más allá y combinar los patrones o variar sus colores.
- Incluye consejos básicos para ganchilleros y una introducción a los puntos más comunes y sus abreviaturas.
Tejiendo por el mundo
Consejos para ganchilleros
Puntos y abreviaturas
Caja Kontti
Bolsito y cojín Mansikka
Bolsa de viaje Kerho
Visera Sol
Alfombra, monedero y póster Kaunokki
Cojín Leinikki
Colcha Aita
Bolsa de la compra Linja
Chal Kaari
Bolsa Smile
Colchón y cojín Loiva
Cesta Vasu
Bolso Raita
Colcha, cojín y bolsa Keto
Recipiente Kannu
Alfombra Polku
Salvamanteles y colchón Ruutu
Bolso y bolsa Puolikas
Riñonera Veska
Alfombra Aalto
Cesta Potta
Bolsa Daisy
Cartera y toalla de playa Vuokko
Artesanía - Conectando a la gente
Información sobre hilos
Tejiendo por el mundo
En un pasillo se colocó una caja de madera, llena de ovillos de colores, con un cartel en el que se leía: “Por favor, llévense algunos”. Estaba a punto de emprender un viaje, de poner mi vida patas arriba, y las estanterías de mi estudio en Kallio, Helsinki, estaban repletas de hilos que ya no necesitaba. Pronto sería una viajera sin hogar, voluntariamente perdida.
Hasta entonces había tenido diferentes profesiones: costurera, diseñadora de interiores, dependienta de una tienda de telas… Pero me sentía intranquila. Quería cambiar de rumbo y seguir el camino del ganchillo, mi verdadera pasión. Durante años, las manualidades habían sido una parte importante de mi vida; no había pasado un día sin hacer un punto alto o dos.
Así que lo planifiqué con esmero, empaqueté mi casa y mi cuarto de trabajo y regalé todos mis hilos. En noviembre de 2015 llegó el momento: cambié mis calcetines de lana por chanclas y el frío asfalto de Kallio por el húmedo trópico de Kerala. Llegué a Thiruvananthapuram envuelta por los aromas y la vegetación del sur de la India.
Recuerdo que aterrizamos en un pequeño aeropuerto rodeado de selva. Desde allí, fuimos por caminos embarrados en busca de un rickshaw, tratando de dejar paso a las vacas. Thiruvananthapuram se conoce como la “perla moderna de Kerala”, un centro tecnológico con cerca de un millón de habitantes y muchos rascacielos. Aparentemente, me perdí todo esto, pues mantuve los ojos fijos en el mundo inmediato que me rodeaba.
El mes que pasé en la India abrió mi mente, pero hasta después de mi viaje no me di cuenta de cuánto me había cambiado. Allí aprendí cómo los colores, sabores y sonidos influyen en las emociones y formas de pensar, y cuánto puedo sacar de cada experiencia si uso mis sentidos al máximo. Mantente abierto y curioso: quizá lo que yo encontré en la India esté más cerca de lo que crees.
El ajetreo de la gran ciudad
Al cruzar el puente sobre el río Hudson, el cortante viento atravesó mi chal de ganchillo. Al ser de alpaca, su superficie repelía tanto la llovizna como mis lágrimas de alegría, y aunque me había envuelto con él como si fuera una manta, seguía congelada. Miraba el horizonte de Manhattan con los ojos empañados, sintiéndome como si me hubieran arrojado a un escenario de película. Eso fue todo, la segunda etapa de mi viaje DIY. Había viajado desde la India a la Gran Manzana, a un país donde el aire no olía al aroma de las hierbas Javadhu, sino al de las patatas fritas.
El ritmo acelerado de la ciudad de Nueva York me mareó. Mi compás natural nació del tiempo pasado en los campos de Kurikka, al sur de Ostrobotnia, y en el suave murmullo del suburbio de Kallio. ¡En Nueva York me sentí abandonada desde el primer día! Sin embargo, tras la fachada de prisa constante, existía la posibilidad de vivir emocionantes aventuras. Presencié una actuación musical al nivel de Broadway en el túnel subterráneo de Union Square, disfruté del arte con Harrison Ford en el MoMa, y encontré esa pequeña galería deteriorada junto al pequeño callejón, con un montón de joyas ocultas.
El apuro y las prisas son un problema de la sociedad moderna. Empieza por la mañana, continúa durante el día y se ralentiza por la noche, pero no se detiene. Ese ajetreado estilo de vida neoyorquino también tuvo su efecto en mí: corría constantemente a todas partes, pero no sabía adónde. Creemos que estamos ocupados porque sentimos que no podemos perdernos tanto proyecto inacabado y entretenimiento que nos rodean. Cuando sientas que las prisas se apoderan de ti, toma tu labor de ganchillo y ponte a tejer. Incluso una breve pausa con el ganchillo te relaja y te ayuda a bajar el ritmo.
Hasta que no llegué al pueblo de Woodstock, en los Catskills, al norte de Nueva York, no sentí que desaparecía el ajetreo de la gran ciudad. Mientras dejaba que todos los colores de Woodstock me impregnaran, con el sonido de una vieja guitarra distorsionada como banda sonora, me sentí realmente presente en cada momento. Cuando tus dedos están ocupados creando algo nuevo, tu mente se relaja.
Sin embargo, sin visado no puedes continuar eternamente con tus ejercicios de mindfulness. Desde Estados Unidos, mi viaje siguió su curso, y la labor de ganchillo que llevaba en la maleta de cabina fue una inagotable fuente de conversación en los aeropuertos.
En una ocasión, un joven agente del aeropuerto de Madrid me pidió que me apartara después de que se disparara el detector de metales. Sacó todas mis agujas de ganchillo; estaba segura de que iba a perder las veinte. Me sorprendió cuando me dijo que mis herramientas le habían recordado a su abuela. Era tejedora de ganchillo y encaje, y sus mágicas habilidades habían dejado una marca permanente en la memoria de ese joven.
Comunicación no verbal
He viajado por muchos países con los ojos bien abiertos y el cuaderno de dibujo en las manos, recogiendo ideas e inspiración y conociendo a los artesanos y las tradiciones locales. A lo largo de los siglos, culturas únicas han tricotado telas, han bordado accesorios y han tejido alfombras en todo el mundo. En los museos de artesanía encontrarás exposiciones que muestran las tradiciones combinadas con el trabajo textil moderno. Sin embargo, creo que la mejor manera de llegar a los orígenes de la artesanía es conocer a los artesanos locales.
En el pueblo artesanal de Teotitlán del Valle, en Oaxaca, México, mi profesora, Juana, me habló del uso de pigmentos naturales en los tejidos del pueblo zapoteco. Mis manos se volvieron azules y carmesí mientras Juana y yo teñíamos lana gruesa con índigo y carmín.
Estaba tejiendo ganchillo junto al lago de Atitlán, al suroeste de Guatemala, cuando un grupo de ancianas mayas se reunió a mi alrededor. De entrada, no compartía el idioma con estas mujeres cuyo principal medio de vida es la artesanía, pero el lenguaje de tejer es universal, no verbal: nuestras manos contaban las mismas historias.
En Santiago, acababa de dejar zumos y marraquetas en la caja registradora cuando una mujer me reconoció. Visiblemente emocionada, empezó a contarme cómo le había inspirado mi trabajo. Mi nivel de español no era suficientemente bueno para entender lo que decía, pero sus gestos transmitieron el mensaje. Fue un momento precioso que me recordó por qué sigo haciendo lo que hago.
Todos los patrones de ganchillo de este libro los creé durante un viaje. Olvídate de las prisas y permite que las manualidades llenen tus días: ¡deja que los colores vibrantes te carguen las pilas y te inspiren!
¡Feliz ganchillo!