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Dentro de la producción teórica de Ignasi de Solà-Morales, este libro recopila los textos de teoría arquitectónica de los siglos XIX y XX. El libro analiza diferentes orígenes de lo moderno en el siglo XIX, de la tradición francesa del beaux arts, Viollet-le-Duc o John Ruskin, para adentrarse en la teoría del siglo XX sobre la modernidad, de la mano de Walter Benjamin y sus ciudades capitales, la concepción del espacio público en la obra de Le Corbusier, Werner Hegemann y el Arte Cívico, o las contribuciones de historiadores como Sigfried Giedion y Manfredo Tafuri donde se intentan fundir las prácticas teóricas, históricas y arquitectónicas.

Descripción técnica del libro:

17 x 21 cm
272 páginas
Español
ISBN/EAN: 9788425219139
Tapa dura con sobrecubierta
2003
Descripción
Descripción

Detalles

Dentro de la producción teórica de Ignasi de Solà-Morales, este libro recopila los textos de teoría arquitectónica de los siglos XIX y XX. El libro analiza diferentes orígenes de lo moderno en el siglo XIX, de la tradición francesa del beaux arts, Viollet-le-Duc o John Ruskin, para adentrarse en la teoría del siglo XX sobre la modernidad, de la mano de Walter Benjamin y sus ciudades capitales, la concepción del espacio público en la obra de Le Corbusier, Werner Hegemann y el Arte Cívico, o las contribuciones de historiadores como Sigfried Giedion y Manfredo Tafuri donde se intentan fundir las prácticas teóricas, históricas y arquitectónicas.
Ignasi de Solà-Morales
Índice de contenidos
Índice de contenidos



Contenidos:
Prólogo de Anthony Vidler 7
Orígenes del moderno eclecticismo. Las teorías de
la arquitectura en Francia a comienzos del siglo xix. 13
De la memoria a la abstracción: la imitación
arquitectónica en la tradición beaux arts. 31
Viollet-le-Duc y la arquitectura moderna. 45
John Ruskin. Siete palabras sobre la arquitectura. 79
Gaudí, Berlage y Sullivan en la crisis de
la arquitectura de la edad clásica. 97
Teoría e historia del arte en la obra de Aloïs Riegl. 115
Para un museo moderno: de Riegl a Giedion. 129
Clasicismos en la arquitectura moderna. 143
Teoría de la forma de la arquitectura
en el movimiento moderno. 159
Las ciudades capitales de Walter Benjamin. 175
Le Corbusier. La dispersión del espacio público. 191
Werner Hegemann y el Arte Cívico. 199
Siegfried Giedion: la construción de la historia de
la arquitectura. 215
Tendenza: neoracionalismo y figuración. 227
Más allá de la crítica radical. Manfredo Tafuri y
la arquitectura contemporánea. 243
Prácticas teóricas, prácticas históricas,
prácticas arquitectónicas. 255
Créditos fotográficos. 269
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Prólogo

Los territorios de la historia de la arquitectura
Anthony Vidler

El acercamiento excepcional a la historia por parte de Ignasi de Solà-Morales puede ilustrarse con dos de sus novelas favoritas: por un lado Monsieur Teste de Paul Valéry y, por otro, la inacabada Lucien Leuwen de Stendhal. La primera, la historia de un cuerpo formado por el intelecto y abstraída de la vida, habla del campo de la teoría; la segunda, una historia inacabada del presente, habla de la historia como un proyecto incompleto. Ambas novelas representan los propósitos gemelos del forcejeo, a lo largo de la vida de Solà-Morales, por reunir teoría y crítica dentro de un marco histórico, para pensar la historia de un modo teórico mientras siempre conserva su objetividad como historia y reconoce lo incompleto como un potencial para un nuevo pensamiento o, más importante aún, para una nueva arquitectura.

Sin embargo, en el campo de la arquitectura, la historia no es un problema fácil de aislar cuando se confronta con la crítica y la teoría. La arquitectura, como práctica y como proyecto, siempre se ha apoyado en la historia para su autentificación -ya sea para aceptar una versión de ésta o para rechazarla totalmente- y en la teoría por su supuesta racionalidad. Puesto que desde el renacimiento hasta nuestros días muchos historiadores han sido también arquitectos, y no han ocultado excesivamente sus objetivos, la historia de la arquitectura se ha visto sujeta, al menos hasta hace bien poco, a establecer los conflictos y los marcos ideológicos que la configuran como poco objetiva o, en todo caso, como definitivamente desplegada en pro de un tipo u otro de arquitectura.

Para ilustrar este problema nos pueden servir tres momentos en la historia de la historia de la arquitectura. El primer momento se podría establecer a comienzos del siglo xix, cuando la historia de la arquitectura pertenecía todavía al campo de los arquitectos en práctica, y cuando la historia se establece como un discurso dedicado a revelar y desarrollar las "fuentes" sobre las que la arquitectura había basado sus alusiones históricas desde la antigüedad hasta el presente. Este momento es especialmente importante porque es cuando se constituye un sistema educativo reglado para los arquitectos profesionales, basado en la Escuela Politécnica francesa y sus versiones seguidoras en Alemania. Jean-Nicolas-Louis Durand, por un lado, y Karl Friedrich Schinkel, por otro, pueden entenderse como paradigmas de la unión de un método de composición con una historia de los tipos, en el caso de Durand, y con una de historia de la estructura en el de Schinkel; uno "racionalista" y el otro "casi orgánico y protorromántico". Schinkel nunca llegó a completar su historia de la arquitectura, aquella que intentaba rendir cuentas de algo más que la tradición clásica, ampliando su interés hacia el gótico y hacia otros estilos más "exóticos". Sin embargo, Schinkel estableció las bases para la historia de la arquitectura profesionalizada, que se ampliará con John Soane y A. W. Pugin en Inglaterra y Eugène-Emmanuel Viollet-le-Duc y Gottfried Semper en la Europa continental. Como bien ha indicado Ignasi de Solà-Morales, esta historia es un discurso muy complejo de reflexión sobre la experiencia presente y sobre el deseo de una práctica profesional con más "autoridad", paralela a las necesidades del presente, la nuevas tecnologías y los antecedentes históricos.

En la década de 1880 puede identificarse el segundo momento paradigmático: la creciente academización de la historia del arte fuera de sus orígenes críticos, conceptuales y filológicos, con la identificación de un método especial y característico que considera al historiador del arte como diferente del historiador propiamente dicho. Es el momento en que Heinrich Wöfflin, al tiempo que reconoce su deuda con Jacob Buckhardt, delinea un campo que relaciona la psicología del observador con el campo de las propiedades formales inherentes al objeto, primero en su disertación de doctorado acerca de la psicología de la arquitectura y, más tarde, en la serie de estudios sobre el renacimiento que arrancan en Renacimiento y barroco (1889). En este momento inicial de una historia del arte profesional y académica -de la invención de una proyección total de imágenes al servicio de un método comparativo derivado de las ciencias naturales- deberíamos apuntar que la arquitectura y el arte se consideran de un modo inseparable. De hecho, para Wöfflin sería inconcebible no asociar la pintura de un determinado período con su arquitectura; para decirlo de otro modo, sólo mediante el reconocimiento de las condiciones espaciales de un edificio puede reconocerse apropiadamente la espacialidad virtual de la pintura. Aloïs Riegl trató, de un modo similar, con la arquitectura, la pintura, la escultura y las artes decorativas y aplicadas en su consideración de la visión del espacio en los períodos tardorromano y barroco.

El surgimiento de la historia del arte académica no puso fin a la historia de la arquitectura de los arquitectos (o ingenieros) -que ha tenido una vida intensa desde Auguste Choisy hasta Paolo Portoghesi-pero condujo muy rápidamente a la especialización en el seno de la historia del arte. Por ejemplo, Paul Frankl, Siegfried Giedion y Emil Kaufmann se consideraban a sí mismos fundamentalmente como historiadores de la arquitectura, al contrario que, por ejemplo, Erwin Panofsky, Aby Warburg u Otto Pächt. No cabe duda de que este hecho fue inevitable debido a las nuevas complejidades de las investigaciones, pero también se vio forzado por la idea, encabezada por August Schmarsow y Adolf Göller, de que la arquitectura constituía una situación especial; sentimiento por otro lado reforzado por la ambigua posición de la arquitectura en la teoría neokantiana como un arte "aplicado" y, por lo tanto, como un arte que no es "libre". Los medievalistas pasaron una época más difícil que los modernos en la disociación del arte de la arquitectura, como es el caso de Emile Mâle y Henri Focillon, mientras que Hans Sedlmayr recogía todas las artes en sus crecientes patologías formales y conservadoras. Sin embargo, la ruptura se produjo, de una manera más o menos firme, alrededor de la II Guerra Mundial y en Estados Unidos se formalizó en la década de 1950, cuando la Society of Architectural Historians decide celebrar su reunión anual de forma independiente a la College Art Association.

El tercer y decisivo momento en este breve perfil de la historia de la historia de la arquitectura se produjo cuando, resistiendo la incursión de teorías "externas" a la semiótica y el estructuralismo por un lado y, por otro, a las distorsiones introducidas en la historia de la arquitectura desde las polémicas de aquellos que escribían apoyando una u otra tendencia (Siegfried Giedion, Bruno Zevi, Reyner Banham), Manfredo Tafuri intentó trazar un muro de fuego entre la "historia operativa y la crítica" y la propia historia de la arquitectura. Planteado por primera vez en su Teorías e historia de la arquitectura (1968) y elaborado a través de sucesivas investigaciones sobre el renacimiento y el movimiento moderno, por entonces esa estricta división fue más polémica que práctica, y no la siguió ni el mismo Tafuri, quien continuó siendo interesante precisamente por sus continuas transgresiones y conflictos internos. Su permeable prohibición admitida sobre la crítica instrumental pasó a ser una consigna para una nueva generación de historiadores de la arquitectura de la misma edad que se desvincularon de la formación de sus profesores.

Si el desarrollo de la historia de la arquitectura en relación a la práctica profesional se ha medido durante la era moderna de acuerdo a su distancia (o cercanía) a estancias estéticas partisanas, la teoría ha planteado un problema igualmente difícil. Desde el punto de vista de la historia del arte clásica, la creciente incursión de la teoría posestructuralista en el marco conceptual del historicismo decimonónico ha desafiado, entre otras cuestiones, la coherencia narrativa, la temporalidad, la espacialidad y la representación mientras afloran cuestiones fundamentales que tienen que ver con la importancia del género o de la raza, del poscolonialimo o del gusto. Todas ellas atraviesan los desarrollos en materia de teoría psicoanalítica, fuera ya de los postulados de Sigmund Freud y Jacques Lacan, y han ido redefiniendo su propio lugar: la naturaleza e identidad del "sujeto" humano de la arquitectura en sí.

En un reciente estudio sobre el acercamiento al arte renacentista en Aby Warburg, Georges Didi Huberman argumentó, de una manera excepcional, que la historia nunca se "inventa" pero que siempre, desde la primeras sociedades, se ha ido reinventando: desde la reinvención de la crónica antigua de Giorgio Vasari, donde se introduce la crítica en la biografía del tardorrenacimiento; pasando por la reformulación de J. J. Winckelmann de la antigua cronología de las épocas al aplicarla para identificar "estilos"; a la relativización de la visión histórica de Riegl ofreciendo a la historia el sentido de la vista, hasta la introducción por parte de Warburg de cuestiones de contemporaneidad paralela al estudio de los símbolos, etc.

La contribución de Ignasi de Solà-Morales ha inventado una vez más la historia de la arquitectura, con un gran respeto por sus antecesores, especialmente por Manfredo Tafuri, pero con una fuerte crítica de las demandas de una "historia" unificada, resistiendo las tentativas por excluir tanto a la crítica como al empirismo histórico. Además, por ser simultáneamente un arquitecto intelectual y profesional, rechazó cualquier llamada simplista a un retorno de las disciplinas, ya sea a la historia de la arquitectura o a la práctica profesional, comprendiendo que lo que se entendía como "disciplina" en un momento dado era el producto de sensibilidades múltiples y cambiantes.

En su ensayo "Sadomasoquismo. Crítica y práctica arquitectónica" recogido en su libro Diferencias. Topografía de la arquitectura contemporánea (Gustavo Gili, 2003), Ignasi de Solà-Morales aborda este tema, una de las cuestiones más difíciles de la teoría y de la práctica de la arquitectura contemporánea: la aparente dislocación de la teoría crítica (como un discurso relativo a temas políticos y sociales más generales) y la práctica de la arquitectura (cuya nostalgia tiende a entenderse como la pérdida de su "centro", de su saber disciplinar y su correspondiente cuerpo de conocimiento especial). Al final de este ensayo que apunta hacia tal nostalgia como una esperanza vana, Solà-Morales escribe: "Pensar que puede acotarse un espacio de análisis, de problematización y de articulación interna de la disciplina al margen de las corrientes de pensamiento contemporáneo es un puro engaño, un defensivo posicionamiento que autoexcluye la arquitectura y los arquitectos del universo de la cultura".

Al mismo tiempo, Solà-Morales reconoce la necesidad de algunas discusiones internas para que la disciplina reflexione sobre sí misma, algo que debe producirse a juzgar por la larga tradición de arquitectos que hablan de arquitectura. Este discurso, que ni es narcisista ni puramente autobiográfico, seguiría los pasos de Viollet-le-Duc, Semper y Otto Wagner en lo que Solà-Morales llamaría "la reflexión explícita de una experiencia".(Ibid)

Experiencia, historia y proyecto se entretejen en sus escritos, textos que no revelan más que la articulación verbal -transmisible y lógica- de una práctica profesional. No son textos de crítica, ni historia, ni un tratado, ni deberían serlo; pero sí son un esfuerzo para escapar del aislamiento del estudio profesional, del dominio cerrado de las obras, los proyectos y de la experiencia pura, con la esperanza de encontrar una palabra que valga la pena escucharse.

En esta reflexión, Solà-Morales apunta hacia el aislamiento de la profesión, hacia las dificultades de negociación en un discurso sobre su lugar como una disciplina especializada y una práctica cultural. Reconoció que para cualquier trabajo centrado en una disciplina es esencial un conocimiento del resto de las artes, su historia e historiografía, al igual que un entendimiento concienzudo de las bases epistemológicas de las cuestiones y los métodos, tanto para establecer las fronteras adecuadas (que pueden cambiar de acuerdo con el sujeto de estudio y su contexto) como para renovar las bases de formación intelectual de la propia disciplina. Por supuesto que no hay, ni nunca ha habido, una sola "disciplina", ya sea en historia del arte como en historia de la arquitectura; en cualquier momento, lo que ha sido entendido como constituyente de una determinada disciplina pasa a ser plural y cambia rápidamente de una generación o una escuela de pensamiento a otra; y que, en tales múltiples formulaciones, el intento por identificar un tema o cuestión central queda inevitablemente reducida a formulaciones simplistas como la "orientación hacia el objeto" que se opone a la "contextualización social" o al gusto.

Ésta fue la tarea de la historia inacabada de Ignasi de Solà-Morales: tener en cuenta estas cuestiones de forma cuidadosa y con cautela, inscribir su lugar válido en el discurso diferenciado de la arquitectura y esbozar, nuevamente y para nuestro provecho, una historia de la arquitectura contemporánea reinventada. En cierto sentido, los ensayos publicados en este libro constituyen los primeros pasos hacia la cartografía de este nuevo territorio, un reino al que, en honor a Ignasi de Solà-Morales, estamos encaminados, para explorarlo y asegurarlo.

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