Artista pop, activista, educadora y monja, Sister Corita nos trajo toda una revolución no solo en el arte de la serigrafía, también en el de las pedagogías artísticas y en la propia noción de «creatividad». En 1979, tras revolucionar las aulas de arte del Immaculate Heart College de Los Ángeles, Sister Corita pidió a Jan Steward, amiga y antigua alumna suya, que escribieran juntas un libro en el que recoger y transmitir sus enseñanzas. El resultado es este maravilloso tesoro (el que tienes entre las manos es su segunda edición): una obra iluminadora a medio camino entre manual de arte, cuaderno de ejercicios y reflexión sobre la creatividad, que compila sus impagables lecciones siempre surgidas de la más fundamental de sus convicciones: «No tenemos arte. Lo hacemos todo lo mejor que podemos».
Prólogo a la segunda edición
Pilar Bonet Julve
Democratizar el arte, devenir artista
Corita Kent sabía que el arte no es un privilegio de personas talentosas o solamente el fruto del virtuosismo técnico. Tampoco aquello que la academia moderna admite en sus paradigmas y convenciones de moda. Percibía el arte y el diseño o la arquitectura como formas y lenguajes de una actividad colectiva y para la comunidad. Para ella, el artista no es un genio diferente a los demás, es fundamentalmente un hacedor que aprende haciendo y abriendo caminos hacia el futuro que necesitamos: «Esta energía que llamamos “hacer”, está en poner en relación cosas distintas para componer un todo nuevo».
Su trayectoria de profesora de arte y creativa intempestiva nos ofrece una luminosa democratización del arte. Un devenir artista a través de la activación de preguntas y reflexiones, de compromiso individual y acción social. Por ello, valora más el trabajo, el proceso creativo, que la contemplación estética: «Un dicho zen reza así: “Después del éxtasis, la colada”; podríamos darle la vuelta y decir “Después de muchas coladas, llega un momento de éxtasis”».
Las instrucciones y meditaciones para la creatividad, recopiladas y razonadas en este hermoso libro, son dispositivos críticos y al mismo tiempo domésticos y de celebración colectiva. Las pautas que propone aúnan la importancia de la observación, la lectura, las respuestas y la toma de decisiones. Así mismo, la paciencia necesaria, el placer de la artesanía sin egoísmos y el enfoque meticuloso de los detalles. Corita, desde 1964 directora del departamento de arte de la Universidad del Immaculate Heart College, enseña a mirar de verdad, poco a poco, trabajando y jugando. Y en especial a las mujeres las anima a no olvidar la niña que llevan dentro; en palabras de una de sus alumnas: «Nos enseñaba a mantener los ojos y la mente abiertos y también que el arte no es algo separado de la vida».
La Hermana Corita ejerció la aventura educativa del arte como una herramienta democrática para la transformación de la sociedad. No es la «monja del art pop» como se le ha descrito en ocasiones, sino una pensadora y activista afín a la semiótica del arte conceptual o las acciones callejeras del arte público y el feminismo empoderado de su época. Fue uno de los artífices de la contracultura en las décadas de los sesenta y setenta, y por supuesto el mundo del arte no supo ubicarla. Ahora ella es una más de nuestras «viejas maestras», término feminista para reconocer las ancestras que nos preceden y guían. Corita Kent obraba a favor de un arte que no sea solo mercado: «como profesores, intentamos participar en el proceso de empoderar a la gente para que llegue a desarrollar el artista que es». Empoderamiento, es un término usado para describir una experiencia real y a la vez un concepto teórico de la democracia.
El arte, como el diseño y la arquitectura de sus amigos y referentes intelectuales, entre ellos el matrimonio Eames, Saul Bass o Buckminster Fuller, pueden convertirse en producción social implicada. Colaborar para preparar nuevas ecologías culturales es una responsabilidad que asume anticipándose a nuevas generaciones. Fue una visionaria optimista, llevó a cabo aquello que ahora definimos a través de nomenclaturas que erradican la palabra «arte» o «diseño» como substantivo singular. Por ejemplo, Corita está reflejada en el espíritu y las políticas de propuestas vigentes en nuestro siglo: arte público, arte útil, diseño social, proyectos colaborativos, diseño para la vida, estética relacional, urbanismo afectivo, arquitectura para la emergencia, guerrilla de la comunicación, empoderamiento o feminismo místico, entre otros conceptos insumisos al léxico tradicional del arte y a favor de una creatividad popular y sanadora. Para esta autora, el proceso de hacer, especialmente el trabajo manual, prima sobre el éxito o la arrogancia estética: «No te preocupes por el embellecimiento ni por el significado; ama todas las fases del proceso sin considerar que unas son más importantes que otras y hazlo como puedas». Corita Kent falleció en 1986, pero sin duda hoy estas voces serían conceptos vigorosos en su vocabulario.
La hermana de todos, se anticipó a estos tiempos de naufragio asentando su labor misionera en pedagogía del arte a través de una honesta fortaleza humanista: «Cualquier cosa que hagamos con cariño, curiosidad y sentimiento será buena». Sí, Corita Kent fue una visionaria con sentido del humor que nos presta en este libro ejercicios y práctica educativa de la creatividad. No se trata de pintar bodegones copiando modelos, hay que descubrir la experiencia visual de la realidad. Esta estrategia, más personal y de estudio subjetivo, conlleva reflexiones sobre la importancia de la disciplina, la observación y la elección previa al trabajo manual como estructuras que guían el proceso creativo. Así, el arte se democratiza y el artista deviene una persona comprometida con el mundo y su futuro.
Corita no buscaba la obra final y auràtica del arte, sino aquello que emana de la mirada atenta, el proceso y la reflexión sobre la percepción visual como experiencia de transformación del mundo que nos rodea: «Intenta mirar las cosas como las mira un niño –como si fuera siempre la primera vez– y, te lo prometo, te notarás mucho más despierto…». Frente a la macropolítica del Estado capitalista, la micropolítica de personas marginadas que trabajan y aprenden juntas genera un descentramiento que crea nuevos territorios y prácticas sociales para escapar de los saberes constituidos y los poderes dominantes. Ni la vida ni el arte pueden estar bajo control; Corita trabaja para democratizar la cultura y deshacer fronteras.
La micropolítica del arte, gente que trabaja con gente
Frances Elizabeth Kent (1918-1986), también conocida como Hermana Mary Corita Kent, era la penúltima de seis hermanos en una familia católica de ascendencia irlandesa. Este contexto familiar de clase trabajadora le inculcó un cristianismo de base donde la fe se vive en la participación popular y a través de una misión transformadora de la sociedad. Herencia muy presente en toda su vida y trayectoria.
Destacable fue su decisión de ingresar en 1936 en la orden católica de las Hermanas del Inmaculado Corazón de María en los Angeles, California, profesando como la Hermana Mary Corita. Esta comunidad de origen español, fundada en Olot en 1848, estaba dedicada en cuerpo y alma a la actividad educativa. En especial entre las mujeres de clase trabajadora que vivían en la pobreza sin tener acceso a la escuela y en pésimas condiciones de vida. Sabían que la educación femenina era importante, tanto la formación humana como intelectual y cristiana, ya que ellas serían las influyentes de las generaciones futuras en todos los ámbitos de la sociedad. La reputación de esta congregación como educadoras cualificadas incitó al Obispo de Monterrey a establecer un centro con varias hermanas españolas en California.
En su vida profesional, como religiosa y profesora, el arte siempre fue una opción de labor social capaz de predicar tolerancia y amor por doquier: «Haz el amor, no la guerra», «Love» o «El rey ha muerto, ama a tu hermano», fueron consignas visuales en sus serigrafías. El lema de toda una generación hippie que también modela su carácter pacifista. La Hermana Mary Corita llevaba un sencillo hábito blanquinegro, también una cámara fotográfica a todo color. Ambos efectos, la austeridad monocromática y la fuerza narrativa del color, la definen por igual.
Eligió la pintura en serigrafía, más popular y menos elitista, como medio para producir obras de lenguaje publicitario; tipografías con mensaje que no animan el consumo sino la reflexión moral: «Siempre pienso que la letra forma tanto objetos como personas, flores u otros temas». Las rotundas tipografías de colores o el collage monocromo de textos desbordan los talleres junto el modelado de figuras de barro o la construcción de cometas. Cuando trabaja en un proyecto, involucra a todo tipo de personas, que le agradecen lo que han aprendido. En las fotografías que ella misma hace de talleres y fiestas, conviven la señalética y la cocina, los disfraces y el baile.
En sus clases, no magistrales, sino hospitalarias, todo era arte y todas las personas creativas conformaban la clave de «gente que trabaja con gente». No fue una artista más entre los códigos semánticos del arte comercial, ni una autora extravagante y ególatra luciendo en las galerías. Menos aún una profesora experta en virtuosismo técnico o académico. Era mujer, monja y feminista actuando a favor de la igualdad y la bondad desde las reflexiones más comunes y humanísticas. No nos debe extrañar que su nombre no ocupe un espacio en la historiografía del arte y el diseño moderno, demasiado comprometida en su labor educativa y relacional. A finales de los años sesenta, tras el concilio Vaticano II y ser diagnosticada de cáncer, abandona los hábitos y se instala en Boston donde mantiene una prolífica actividad. Diseña su popular Rainbow Swash y la edición del sello Love en 1985.
El legado de Sister Corita es muy interesante, pero poco conocido, a pesar de que sus obras se encuentran en importantes museos. Su estela pervive en nuestro presente: «Democratizar el arte» y encontrar la belleza en las cosas comunes era su guía espiritual. Ahora más que nunca queremos conocerla y este libro comparte lecturas, reflexiones y propuestas útiles. Sin duda, llega a nuestras manos en el momento justo, son «actos de esperanza» para carpintear el futuro.
© Pilar Bonet