Este no es un libro sobre jardines ni tampoco sobre el paisaje, sino que es un libro sobre la casa observada desde la óptica del jardín. El texto es una invitación a considerar la casa a través del jardín, que, por otro lado, está tan próximo a ella desde su mismo origen. Tal vez el interés por acercar la casa al jardín pueda explicarse con la afirmación de Ian Hamilton Finlay, el autor del jardín Little Sparta: “Un jardín no es un objeto, sino un proceso”, algo que implica una acción, una tanto nuestra como de la casa.
Cuarto de la serie iniciada con Casa collage, La habitación y La calle y la casa, el libro explora distintas realidades, aísla algunos episodios próximos o aparentemente ajenos a la casa y señala otros que podríamos considerar como “comportamientos”, como la búsqueda de la fantasía, para con ellos tejer un acercamiento a la casa que invite a entenderla como algo de lo que formamos parte, que completamos y que es sensible a la contingencia que la hace crecer. Una casa más cercana a incorporar que a limpiar, a sembrar que a dibujar. El jardín es una casa, y la casa un jardín.
ÍNDICE
Introducción
El jardín es una casa, la casa un jardín
El orden superpuesto
Huertos
Los cármenes de Granada
El carmen de la Fundación Rodríguez-Acosta
El palacio de los marqueses de Fronteira
El Romeral de san Marcos
Accidentalismo y contingencia
Cunetas: jardines en los caminos que nos llevan a casa
Lacaton & Vassal y los invernaderos
Limoneros: colecciones de cítricos
La “cubierta jardín” de Porte Molitor y otros jardines
Lina Bo Bardi, los animales y el circo
El jardín del futuro
Interiores vestidos de jardín
Los muebles y el jardín
Blumenfenster: pequeños jardines de ventana
Fantasías
La casa cueva de Juan O’Gorman
Casas, colecciones, museos y jardines
cabosanroque
Hotel Palenque
Algunas relaciones difíciles
Los jardines casa de la arquitectura japonesa
La Casa con plantas de Junya Ishigami
La casa pensada como un jardín: la Hexenhouse
La casa de Annie y Aldo van Eyck en Loenen
Agradecimientos
Origen de las ilustraciones
INTRODUCCIÓN
Antes que la casa fue el jardín, el Paraíso, pero aun así este no es un libro sobre jardines, ni tampoco sobre paisaje, sino un libro sobre la casa observada desde la óptica del jardín. Mi anterior libro, La calle y la casa, acababa con unos comentarios sobre el jardín, y desde ahí arrancamos este texto. Varias cosas han llevado a tomar el jardín como un espacio inspirador de la casa. Algunas son claramente personales —debidas a la experiencia propia y asociadas a anteriores observaciones sobre la casa y a la inevitable modificación de la intuición que nos brinda el tiempo— y otras pertenecen a distintos ámbitos: al de los jardines propiamente dichos, al de la colección, al de la pintura y al de la arquitectura, que está presente de una u otra manera en todos ellos. En su mayor parte, estos ámbitos tienen su origen en las conversaciones surgidas en las tesis doctorales de varias arquitectas —algunas ya leídas y otras en proceso de elaboración— gestadas durante estos últimos años, y aunque su propósito no fuera el jardín en sí, de una manera u otra todas ellas han inspirado este libro.
Los ejemplos referidos y citados que acompañan estas líneas forman parte de las mencionadas conversaciones y ocupan un lugar predominante entre los elementos de este jardín que aquí se propone. El texto es una invitación a considerar como un jardín el interior de algunas casas. Pero lo más importante es que actualmente hay un interés renovado por los árboles y las plantas, y resulta significativo que algunos de los ejemplos más inspiradores provengan de Japón, de la mano de Ryue Nishizawa o Junya Ishigami; arquitecturas en las que los árboles y plantas son equiparables a los propios edificios y no ya su complemento, como sucede en el pabellón de Japón que Ishigami construyó en la Bienal de Arquitectura de Venecia de 2008. Edificios en los que las partes de su programa se disuelven en el conjunto del terreno que ocupan, dando lugar a construcciones que están a medio camino entre los pabellones y los invernaderos, que otorgan un nuevo significado a estos últimos, convirtiéndolos en un experimento en el que se equilibra lo sembrado y la arquitectura. En lo que se refiere a los invernaderos, Anne Lacaton y Jean-Philippe Vassal ya han mostrado su potencial, y desde entonces no han dejado de prodigarse, como los delicados dibujos de la arquitecta portuguesa Ana Frois. En todos estos ejemplos también está presente cierto desorden y una mezcla buscada o espontánea de partes y elementos que dejan constancia del peso que hoy tienen las obras como resultado de reparaciones, adiciones y reformas de edificios —algunas ni siquiera fueron antes casas— que han acabado por dar cierto aire común a mucha de la arquitectura de la casa contemporánea, contaminándola con la idea de adaptación, acorde, por otro lado, con la acción misma de habitar.
Estas líneas tienen como objetivo apuntalar los argumentos que parecen estar detrás de muchos de estos proyectos y que, de un modo resumido, invitan a considerar la casa como un jardín; una consideración que pretende hacer aflorar todo aquello que se añade a la arquitectura y que, junto a ella, permite que hablemos de “casa”, no de “vivienda”. En este sentido, aquí es importante considerar la casa no tanto como un objeto, sino como la raíz de un verbo, algo que indica también acción, como ocurre con la palabra inglesa housing. Literalmente, ver la casa como aquello que esta hace por nosotros.No se trata tanto de una invitación a hacer de ella un jardín —a pesar de que algunos ejemplos son justamente eso—, sino de considerarla como algo que nos empuja a escenificar un espacio en permanente cambio y “en movimiento” —haciendo uso de la terminología de Gilles Clément—, algo distinto a lo largo del día, de las estaciones y de los años.
¿Qué casas modernas tienen plantas en su interior? Resulta difícil verlas. No las hay en la villa Savoye, ni en la casa Farnsworth, ni en tantas otras. Quizás la responsabilidad no haya sido solo de los arquitectos que las hicieron fotografiar, sino que, a juzgar por los textos que acompañan a las obras más emblemáticas, también de los editores y los críticos. No podríamos encontrar un ejemplo más adecuado para exponer nuestra equivocada manera de juzgar la presencia de plantas en los interiores modernos que la emblemática casa Tugendhat; de ella hemos dispensado toda clase de elogiosos comentarios a los vidrios retráctiles automatizados de la fachada sur, y prácticamente ninguno a su Wintergarten orientado hacia el este. ¿No es esto indicio suficiente del escaso interés que ha suscitado en la arquitectura moderna europea de la primera generación algo tan insustancial, sustituible, ornamental y ligado a los gustos del propietario, y sin embargo tan importante? Obviamente podemos recoger cierto número de ejemplos de casas construidas en Europa entre las décadas de 1920 y 1930 cuyos jardines fueron motivo de experimentos modernos acordes con la arquitectura a la que prestaban su apoyo, jardines cubistas, abstractos, racionales o “de hormigón” —como los denomina Darío Álvarez—,todos ellos expresiones sembradas y, en cierto sentido, sometidas a la arquitectura de las vanguardias. Por el contrario, encontraríamos diferentes buenos ejemplos en la arquitectura moderna americana, en los que el jardín ha establecido una relación muy diferente, hasta el punto de que la casa parece haber llegado después del jardín para abrazarlo y tragárselo.