Pertenecemos a Gaia

Un libro de James Lovelock

Disponible

“El concepto de Gaia, entendido como un planeta vivo, constituye para mí la base esencial de todo ecologismo que se quiera coherente y práctico; refuta la arraigada visión de que la Tierra es una propiedad inmobiliaria, una suerte de gigantesca hacienda que está ahí para ser explotada en beneficio de la humanidad. La falsa creencia de que somos los dueños de la Tierra, o sus administradores, es la que nos permite escudarnos en políticas y programas supuestamente ecologistas mientras seguimos sin transformar nuestra conducta.” 

En 1969, el investigador británico James Lovelock presentó su Hipótesis de Gaia, una teoría por la que la Tierra se define como un gran organismo vivo capaz de regular sus condiciones esenciales —como la salinidad de los océanos o la temperatura— para mantenerse en equilibrio. Pertenecemos a Gaia revisita las bases de su teoría para narrarnos la historia de nuestro extraordinario planeta y advertirnos sobre los peligros de nuestros abusos e impactos. 

¡TAMBIÉN DISPONIBLE EN EBOOK AQUÍ!

Descripción técnica del libro:

13 x 20 cm
80 páginas
Español
ISBN/EAN: 9788425234972
Rústica
2024
Descripción
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Detalles

“El concepto de Gaia, entendido como un planeta vivo, constituye para mí la base esencial de todo ecologismo que se quiera coherente y práctico; refuta la arraigada visión de que la Tierra es una propiedad inmobiliaria, una suerte de gigantesca hacienda que está ahí para ser explotada en beneficio de la humanidad. La falsa creencia de que somos los dueños de la Tierra, o sus administradores, es la que nos permite escudarnos en políticas y programas supuestamente ecologistas mientras seguimos sin transformar nuestra conducta.” 

En 1969, el investigador británico James Lovelock presentó su Hipótesis de Gaia, una teoría por la que la Tierra se define como un gran organismo vivo capaz de regular sus condiciones esenciales —como la salinidad de los océanos o la temperatura— para mantenerse en equilibrio. Pertenecemos a Gaia revisita las bases de su teoría para narrarnos la historia de nuestro extraordinario planeta y advertirnos sobre los peligros de nuestros abusos e impactos. 

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James Lovelock (Letchworth, 1919 - Abbotsbury, 2022)​ fue un químico, ambientalista y escritor británico, miembro de la Royal Society desde 1974, conocido por ser el creador de la polémica Hipótesis de Gaia. 

Índice de contenidos
Índice de contenidos

¿Qué es Gaia? 7

Biografía de Gaia 27

Una visión personal del ecologismo 41

Más allá de la estación final 57

 

Otras lecturas 79

Lee un fragmento
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Prácticamente nadie — ni siquiera yo durante los primeros 10 años de vida del concepto — parece saber qué es Gaia. La mayoría de los científicos, cuando teorizan sobre la Tierra y hablan de su parte viva la denominan “biosfera”, aunque, en sentido estricto, la biosfera no es más que el área geográfica donde hay vida, la delgada burbuja esférica que rodea la superficie terrestre. De manera inconsciente, la definición del término se ha ampliado hasta abarcar algo mayor que una región geográfica acotada, pero ha ocurrido de una forma vaga, sin precisar dónde empieza y acaba y cuál es su función.

Desde el centro y hacia el exterior, la Tierra está compuesta prácticamente en su totalidad de roca y metal calientes o fundidos. Gaia es un fino caparazón esférico de materia que rodea el interior incandescente de la Tierra. Empieza donde las rocas de la corteza entran en contacto con el magma del interior, a unos ciento sesenta kilómetros bajo la superficie, y se prolonga otros tantos kilómetros hacia el exterior, a través de los océanos y el aire hasta la aún más caliente termosfera, en el límite con el espacio. Gaia incluye la biosfera y es un sistema fisiológico dinámico que durante más de tres mil millones de años ha mantenido las condiciones que posibilitan la vida en nuestro planeta. Digo que Gaia es un “sistema fisiológico” porque parece tener el objetivo inconsciente de regular el clima y la composición química del planeta para garantizar unos parámetros aptos para la vida. Sus objetivos no son fijos, sino que varían adaptándose a las condiciones medioambientales de cada momento y a las formas de vida presentes en ella.

Debemos pensar en Gaia como el sistema completo, incluyendo tanto las partes animadas como inanimadas. El crecimiento y la expansión de las formas de vida que promueve la luz solar empodera a Gaia, pero esa forma salvaje y caótica de poder se ve constreñida por una serie de limitaciones que, a su vez, moldean esta entidad que se autorregula por el bien de la vida. A mi juicio, el reconocimiento de estas limitaciones al crecimiento es esencial para alcanzar un conocimiento intuitivo de Gaia, así como entender que dichas restricciones afectan no solo a los organismos o la biosfera, sino también al entorno físico y químico. Es obvio que unas condiciones extremas de frío o calor pueden impedir el desarrollo de las formas de vida convencionales, pero no resulta tan evidente el hecho de que los océanos se convierten en desiertos si la temperatura del agua se acerca a los 15°C. Cuando esto sucede, en la superficie se forma una capa estable de agua caliente que no se mezcla con las aguas más frías y ricas en nutrientes situadas debajo. Esta propiedad puramente física del agua del mar priva de nutrientes a los organismos que habitan en las cálidas aguas superficiales y, muy pronto, estas zonas marinas expuestas al sol se convierten en desiertos. Esta es una de las razones que explican por qué uno de los objetivos aparentes de Gaia es evitar el calentamiento de la Tierra.

Como podrá apreciarse (en adelante emplearé la metáfora de “planeta vivo” para referirme a Gaia), esto no quiere decir que piense en la Tierra como una entidad viva en el sentido de “consciente”, ni tampoco “viva” como un animal o una bacteria. Creo que ya es hora de ampliar la definición algo dogmática y limitada de la vida como algo que replica y corrige los errores reproductivos por medio de la selección natural entre la progenie.

Me resulta útil imaginarme la Tierra como si fuera un animal, quizás porque mi primera experiencia seria como científico recién graduado fue en el campo de la fisiología. Nunca ha sido más que una metáfora, un aide pensé, como cuando un marinero se refiere a su barca personalizándola con un “ella”. Hasta hace poco, no tenía en mente un animal concreto, pero era siempre algo grande, como un elefante o una ballena. En los últimos tiempos, al tomar conciencia del calentamiento global, he empezado a pensar en la Tierra más bien como un camello. Los camellos, a diferencia de la mayoría de animales, regulan su temperatura corporal en función de dos estados diferentes pero estables. En el desierto durante el día, cuando hace un calor insoportable, sus cuerpos alcanzan casi los 40°C, una temperatura suficientemente similar a la del ambiente como para no tener que recurrir al sudor para enfriarse, con lo que perderían una cantidad preciosa de agua. Por la noche, sin embargo, en el desierto hace frío — incluso puede llegar a helar — y si trataran de mantenerse a 40°C experimentarían una severa pérdida térmica, de modo que, gracias a su sistema de regulación, reducen su temperatura corporal a un umbral mucho más adecuado de 34°C. Gaia, como los camellos, tiene varios estados estables que le permiten acomodarse a los cambios del medio, interno y externo. La mayor parte del tiempo las condiciones se mantienen estables, como ocurrió en los miles de años previos a 1900. Sin embargo, cuando dichas condiciones varían de forma acusada, ya sea por calentamiento o enfriamiento, Gaia, como haría un camello, pasa a un nuevo estado estable que resulte más fácil de mantener. Ahora mismo está a punto de hacer uno de esos cambios. 

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