Camino a Tenango
El descubrimiento de un bordado

Un libro de Gimena Romero

Disponible

Novedad

«Tenango existe, y todos los personajes que aparecen en esta obra son reales o lo fueron; aún palpitan perennes en el latido de mi memoria. Este libro no solo habla de mi historia, sino que forma parte de la memoria viva de México, un testimonio del diario vivir de las personas que amamos con la panza y creamos con hilos. Es también el reflejo amoroso de gente que no tiene miedo a los muertos y que sabe trabajar.»

En Camino a Tenango, Gimena Romero narra su viaje a este municipio del estado de Hidalgo, México, donde descubrió una técnica de bordado ancestral, «la madre de todos los bordados mexicanos». Como si nos contase un cuento, nos adentramos con ella en el mundo casi onírico, y sin embargo bien real, de unos personajes y de un ritual próximo a la magia. 

El libro cuenta con profusas fotografías de los bordados que ilustran el camino y una guía visual para aprender los tres puntos tenango. 

 

 

Descripción técnica del libro:

19 x 26 cm
112 páginas
Español
ISBN/EAN: 9788425234996
Rústica
2025
Descripción
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Detalles

«Tenango existe, y todos los personajes que aparecen en esta obra son reales o lo fueron; aún palpitan perennes en el latido de mi memoria. Este libro no solo habla de mi historia, sino que forma parte de la memoria viva de México, un testimonio del diario vivir de las personas que amamos con la panza y creamos con hilos. Es también el reflejo amoroso de gente que no tiene miedo a los muertos y que sabe trabajar.»

En Camino a Tenango, Gimena Romero narra su viaje a este municipio del estado de Hidalgo, México, donde descubrió una técnica de bordado ancestral, «la madre de todos los bordados mexicanos». Como si nos contase un cuento, nos adentramos con ella en el mundo casi onírico, y sin embargo bien real, de unos personajes y de un ritual próximo a la magia. 

El libro cuenta con profusas fotografías de los bordados que ilustran el camino y una guía visual para aprender los tres puntos tenango. 

 

 

Gimena Romero (Ciudad de México, 1985), Maestra en artes plásticas y visuales en México y en Francia, es artista y escritora especializada en gráfica textil. Ganadora de varios premios, su trabajo se ha expuesto en numerosos países del mundo. 

gimenaromero.com

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Tenango existe, y todos los personajes que aparecen en esta obra son reales o lo fueron; aún palpitan perennes en el latido de mi memoria. Este libro no solo habla de mi historia, sino que forma parte de la memoria viva de México, un testimonio del diario vivir de las personas que amamos con la panza y creamos con hilos. Es también el reflejo amoroso de gente que no tiene miedo a los muertos y que sabe trabajar.

Cuando escribí esta historia, volvía de pasar una larga estancia en Europa. Tuve la oportunidad de exponer en París, y aproveché para estudiar bordado de alta costura en la célebre casa de bordados Lesage, tras lo que me mudé a España y expuse también en Madrid. 

En la capital alargué mi estancia de ocho meses a casi un año y medio. Mi abuelo fue un militar exiliado en México durante la Guerra Civil española y yo estaba decidida a encontrar sus registros y su historia. Eso me llevó hasta Jerez de la Frontera, en Andalucía, donde llegaron a mí los puntos de posta, una técnica de bordado muerta por aquel entonces. Cada paso que daba en el bordado, develaba parte de mi identidad y de mi origen, así que me interné como cofrade bordadora en un convento de Sevilla, donde sentía que bordaba en el infierno, como Virgilio entre hilos de oro en pleno verano andaluz. ¡Ay, mare!

Después, regresé a México. «Cuidado con el camino de ida, se parece al de regreso.» Al volver, las cuestiones en torno a mi identidad y mi origen se hicieron más fuertes que nunca. Mi madre es salvadoreña, y me di cuenta de que la mexicanidad que habita en mí es solo mía, la que yo he vivido y he decidido que sea.

Nací y crecí en Coyoacán, en la Ciudad de México. Ya por aquel entonces omprendí que esta tierra no es mía, que formo parte de ella y que me habita tanto como yo la he caminado. El ir y venir de la aguja me había guiado, y en aquel momento intentaba asirme a una sabiduría que aún no tenía clara y que parecía alejarse cada vez que corría hacia ella. En Tenango aprendí que hay un hilito que me une a la vida.

Fui a Tenango de Doria en busca de una historia para ilustrar un libro. En ese momento mi sueño era publicar libros ilustrados para niños (no he hecho ni uno). Haber tomado la decisión de aventurarme sola en la sierra de Hidalgo fue un acto de valentía, pero no porque yo fuera una mujer joven que no le temía a nada, sino porque en ese momento me aterraba el mundo.

Como decía, cuando fui a Tenango, en el 2012, me acababan de secuestrar. Estuve en el momento incorrecto en el lugar inadecuado y, aunque sé que México no es el país más seguro del mundo, hay cosas que a cualquiera le pueden pasar. Me picaron las piernas diecisiete veces con un picahielo. Me tuvieron cautiva once horas. Me robaron mi tiempo.

Uno de los superpoderes que otorga el bordado es ser capaz de crear una relación diferente con el tiempo. Tras el secuestro comencé a bordar y noté que las heridas de mis piernas se iban cerrando poco a poco. Mi cuerpo se curaba solo, y entendí que también mi alma. No tenía un centavo, así que preparé galletas y me fui a la terminal de autobuses a tomar lo que después se convertiría en mi camino a Tenango. El libro se transformó en mi propia historia.

Tenango de Doria es un municipio ubicado en la región de la Sierra Otomí Tepehua, en el estado de Hidalgo, en la zona central de México. Se encuentra al noreste de Pachuca de Soto (la capital del Estado), a unas tres horas en coche desde Ciudad de México, y limita con los municipios de San Bartolo Tutotepec y Huehuetla por un lado, y con el Estado de Puebla por el otro.

El nombre Tenango es de origen náhuatl y significa ‘en el lugar de los muros’, pues tenamitl significa ‘muro’ o ‘pared’. Antes de la llegada de los españoles, la zona estaba habitada por grupos indígenas otomíes y nahuas. Actualmente es un importante centro de cultura otomí, y muchas de sus costumbres y festividades siguen vigentes. Es una comunidad de unos diecisietemil habitantes en la que el hñähñu [‘otomí’] es el idioma más hablado, superando al español.

El bordado tenango es la madre de todos los bordados mexicanos dentro del imaginario colectivo del país. Su técnica, como la vida misma, ha evolucionado hacia una mucho menos laboriosa, a un solo punto, simple. Aun así, tuve la fortuna de aprender dos puntos originarios de la región que son fruto del imaginario hidalguense que hoy resguardan y transmiten en Tenango como un secreto de familia. Hace doce años, cuando me aventuré a la sierra de Hidalgo en busca de una historia, el bordado no era lo que es hoy. Era una técnica en desuso, abandonada al desinterés de la vida inmediata. Me alegra tener la certeza de que ya no es así y de que mi remiendo en Hidalgo tuvo que ver con ello.

En Tenango, el bordado nació como una forma de documento social, una manera de registrar los eventos importantes de la comunidad: el matrimonio, la muerte o las fiestas patronales, entre otros.

Actualmente, la gente de Hidalgo niega rotundamente cualquier conexión con un ritual mágico, y dice que el bordado es solo un modo de llevar más dinero a casa.

Existen delicadas susceptibilidades a este respecto, como la confusión de que la tradición bordadora es de Puebla y no de Hidalgo, lo cual es perfectamente comprensible para alguien que no ha abierto un mapa en su vida, pues Hidalgo y Puebla están pegaditos. De hecho, la comunidad de San Pablo, que pertenece al municipio de Tenango, está ya en territorio poblano, y de ahí es la tradición ritual de picar papel amate, donde el chamán, con un punzón, agujerea en él formas de animales muy parecidas a las que se representan en los bordados, ahuyentando así a los malos espíritus. Y aún sobre estas aseveraciones es imposible decir que en este pueblo que se acurruca entre nubes, donde la gente duerme con tijeras bajo la almohada para vivir con los muertos, no hagan magia.

Hoy más que nunca, ser mexicana tiene fuertes implicaciones: implicaciones de frontera, de desalojo, de desamparo, de mujeres y de esperanza. Hace años descubrí en el bordado una historia y un lenguaje, y hoy se ha convertido en mi grito de soberanía e independencia, en mi gesto de valor frente a un mundo que se acaba a la carrera. Nunca he creído en las fronteras, pero sé que soy una mujer mexicana que se acerca, punto a punto, a su propia humanidad. En mi trabajo, el fantasma del bordado tenango habita siempre, y agradezco y honro este privilegio.

© Gimena Romero 

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